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Las arterias son vasos por los que circula la sangre del corazón a los tejidos, junto con el oxígeno y nutrientes que estos necesitan. La tensión arterial es la fuerza que dicha sangre profesa contra sus paredes al ser bombeada por el corazón.

La presión arterial viene determinada, tanto por la cantidad de sangre que bombea nuestro corazón como por la resistencia de nuestras arterias a su corriente. Cuanto más alta es esta tensión, más esfuerzo ha de hacer el corazón para bombearla. Y, cuánta más sangre bombea nuestro corazón, más se estrechan las arterias y mayor es la tensión arterial.

 

Qué es la hipertensión o tensión arterial alta

 

La hipertensión, o tensión alta, es una patología crónica y silenciosa (bautizada así porque no da síntomas por sí sola) que sucede cuando los vasos sanguíneos, también conocidos como arterias, tienen una tensión permanentemente alta.

Las primeras consecuencias de la hipertensión las sufren nuestras arterias, endureciéndose a medida que aguantan una tensión alta de forma continuada y haciéndose, poco a poco, más gruesas hasta llegar a dificultar el paso de la sangre a través de ellas.

Una vez que esto sucede, empiezan a favorecer la acumulación de colesterol malo en sus paredes y a ocasionar complicaciones. Si las cifras de la tensión arterial no se normalizan (lo que los profesionales sanitarios llaman ‘control de la presión arterial’) tenemos el riesgo de sufrir cambios en prácticamente todos los órganos, pues las arterias lo irrigan todo: el cerebro, el corazón, las grandes arterias, el riñón, etc… Y estas complicaciones afectarán enormemente a nuestra calidad y esperanza de vida futura.

 

Cómo controlar nuestra tensión arterial

 

Por todo lo mencionado es tan importante llevar un control de nuestra tensión arterial y, en este aspecto, el procedimiento es relativamente sencillo. Lo más habitual es que nuestro médico nos mida la presión arterial como parte de nuestra revisión de rutina.

A partir de los dieciocho años debemos medir nuestra tensión arterial, al menos, cada dos años. Una vez llegados a los cuarenta deberíamos medirla cada año, aunque puede que nos toque hacerlo con mayor asiduidad si ya hemos sido diagnosticados de hipertensión o padecemos otro factor de riesgo.

La lectura de la tensión arterial se hace en milímetros de mercurio (mm Hg), y consta de dos valores:

  • Valor superior (presión sistólica): Es el primer valor que aparece en la fórmula, y mide la presión en las arterias cuando el corazón late.
  • Valor inferior (presión diastólica): Es el segundo valor que aparece en la fórmula, y mide la presión en las arterias entre latidos.

Por ejemplo, 120 sobre 80 se escribiría: 120/80 mm Hg.

Veamos los niveles recomendados por la Sociedad Europea de Hipertensión/Sociedad Europea de Cardiología:

  • Óptimo: Presión sistólica menor de 120 mmHg y diastólica menores de 80 mmHg.
  • Normal: Presión sistólica entre 120-129 mmHg y/o diastólica entre 80-84 mmHg.
  • Normal alta: Presión sistólica entre 130/85 mmHg y/o diastólica entre 139/89 mmHg.

En función de estos valores se pueden definir tres grados de hipertensión arterial:

  • Hipertensión Grado 1: Presión sistólica 140-159 mmHg y/o diastólica 90-99 mmHg.
  • Hipertensión Grado 2: Presión sistólica 160-179 mmHg y/o diastólica 100-109 mmHg.
  • Hipertensión Grado 3: Presión sistólica mayor o igual a 180 mmHg y/o diastólica mayor o igual a 110 mmHg.
  • Hipertensión sistólica aislada: Presión arterial sistólica mayor de 140 mmHg y presión arterial diastólica menor de 90 mmHg.

El diagnóstico médico se hace a partir de esta medida, por lo que es imperativo ser muy precisos a la hora de establecerla, pero tengamos en cuenta que es normal que nuestra tensión arterial sea distinta según la hora del día.

La presión arterial se realiza habitualmente con esfingomanómetros, conocidos popularmente como tensiómetros, sometidos a validaciones y homologaciones reglamentarias. Debe medirse en ambos bazos para resolver si existe alguna diferencia entre ellos. En el caso de no acudir a nuestro centro de atención primaria de forma regular, existen otras maneras de medirnos la tensión arterial:

  • Zonas habilitadas en nuestra propia comunidad, como nuestra farmacia más próxima.
  • En ferias de salud.
  • Lecturas que realizamos en nuestro propio hogar: las lecturas que nos hacemos en casa son una buena manera de controlar nuestra tensión arterial de forma regular, para ello debemos obtener un tensiómetro casero de buen ajuste y calidad, con un manguito adecuado y un lector digital. Es importante que practiquemos con nuestro proveedor farmacéutico al comprarlo, él/ella nos indicará la forma apropiada de usarlo: a qué horas debemos tomarnos la presión, cuál es la posición adecuada o el lugar adecuado para colocarnos el manguito, entre otras cosas. Se trata de un aparato electrónico muy sensible, por lo que es importante revisarlo periódicamente y llevarlo a nuestros chequeos rutinarios para verificar que es el aparato adecuado y que lo usamos bien. También sería prudente acompañarlo de un cuaderno en el que hayamos registrado los resultados obtenidos en cada medición.

 

Pastillas para la tensión

 

A parte de la condición imprescindible y vital de aplicarnos ciertas medidas de prevención relacionadas con nuestros hábitos de vida, en ocasiones es necesario complementarlas con pastillas para la tensión que han de venir prescritas, necesariamente, por nuestro profesional sanitario de confianza.

Por la naturaleza crónica de la enfermedad, es fundamental que seamos constantes con los tratamientos que nos receten, pues tendemos a relajarnos con el tiempo y este hecho nos acarreará complicaciones en nuestra salud y calidad de vida. El objetivo de las pastillas para la tensión no es otro que reducir la tensión arterial hasta que deje de suponer un problema para nuestra salud.

En un primer momento, el tratamiento suele comenzar con un solo fármaco. Conforme vayamos pasando controles, nos irán añadiendo, o no, nuevos medicamentos.

Las pastillas para la tensión alta se dividen en grupos:

  • Diuréticos (tiazidas, clortalidona e indapamida), también conocidos como ‘píldoras de agua’: Ayudan a nuestros riñones a eliminar sodio del cuerpo, disminuyendo la cantidad de líquido que circula por nuestros vasos sanguíneos y reduciendo, por consiguiente, su presión arterial.
  • Betabloqueantes: Para que nuestro corazón palpite más lentamente y con menos fuerza.
  • Antagonistas del calcio: Reducen el calcio que entra en las células de nuestros vasos sanguíneos y consiguen relajarlos.
  • Inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina: Tranquilizan a nuestros vasos sanguíneos reduciendo su presión arterial. 
  • Antagonistas de los receptores de la angiotensina II: Funcionan de una forma parecida a los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina.

Existen fármacos menos frecuentes para el tratamiento de la hipertensión que incluyen:

  • Los alfabloqueantes: Considerados de segunda o tercera línea de tratamiento y que ayudan a relajar los vasos sanguíneos, reduciendo su presión arterial.
  • Los que actúan sobre el sistema nervioso central: Envían una señal al cerebro, y al sistema nervioso, para que relajen sus vasos sanguíneos.
  • Los vasodilatadores: Emiten una señal a los músculos de las paredes de los vasos sanguíneos para que se relajen.
  • Inhibidores de renina: Medicamento actual que reduce la cantidad de precursores de angiotensina con el objetivo de relajar los vasos sanguíneos.

Y, sobre todo, que nunca se nos ocurra tomarlos, o cambiarnos las dosis, por nuestra propia cuenta y riesgo, estos fármacos pueden provocarnos complicaciones y deben conocerse bien. Nuestro profesional sanitario de confianza nos aconsejará sobre cualquier tipo de cambio que debamos realizar y nos dirá si debemos evitar alimentos, bebidas, medicamentos, vitaminas o suplementos.